‘Juego de Tronos’ ha terminado de escribir con hielo y fuego su título en la historia de la televisión. No había final posible que fuese a contentar a todos sus seguidores, en especial tras las duras críticas que había ido recibiendo esta última temporada. He preferido no leer absolutamente nada al respecto antes de escribir esta crítica que a fin de cuentas no deja de ser mi opinión personal. No os olvidéis nunca de eso.
En temporadas anteriores era habitual que sus últimos episodios fuesen mucho más calmados, sentando las bases para lo que estaba por venir en oposición a la sobredosis de emociones habitual del penúltimo. Esa es exactamente la fórmula que David Benioff y Dan Weiss han recuperado para dar a esta serie el final que se merecía. No uno perfecto porque no existía -era literalmente imposible competir con lo que cualquier espectador tuviera en su cabeza-, pero sí el que se merecía -cuidado, que hay spoilers de aquí en adelante-.
El fin de Daenerys
Daenerys estaba convencida de haber hecho lo correcto y el resto simplemente no va a tener la opción de elegir lo que es correcto. Tras recordarnos su crueldad exhibida a través de los ojos de Tyrion de una forma tan efectiva o más que la utilización de Arya en el tramo final de ‘Las campanas’, llega el momento de conocer a la nueva reina de Poniente. Cualquier esperanza de que el “incidente” fuera a ser un hecho aislado queda rápidamente descartada.
Es ahí también cuando queda claro que Daenerys no se ha vuelto loca, simplemente se ha potenciado su lado más negativo hasta entonces latente. Una decisión brusca, sí, pero había multitud de indicaciones al respecto y lo que no procedía era remarcarlo tanto antes que llegado el momento el impacto fuera nulo. La nueva tirana que te va a “liberar” y que no entendió bien lo que suponía romper la rueda.
Durante varios minutos sufrimos por ver a Jon incapaz de lo que tenía que hacerse. Aquí pasamos del mítico “No sabes nada, Jon Nieve’ a que en nuestra cabeza no deje de sonar el pensamiento “Qué tonto eres, Jon Nieve”. Primero ve ejecutar prisioneros y acaba asumiéndolo, luego se reúne con un Tyrion que aguarda su ejecución y también parece aceptarlo.
Es una sensación de frustración llevada al límite hasta que Jon pone fin al breve reinado de Daenerys. Ya teníamos una indicación de que ella iba a morir en la sala del trono de hierro en la visión que tuvo en la segunda temporada y ahora ha vuelto con Khal Drogo y Rhaego.
Dicho esto, el momento de mayor intensidad del episodio se siente ligeramente anticlimático en lugar del punto de no retorno que lleva a la serie a su verdadero. Quizá sea por las mejorables cualidades interpretativas de Kit Harington o puede incluso que no se buscase potenciar la inevitable carga dramática del asesinato de Daenerys, pero al menos ahí estaba Drogon para darnos el espectáculo necesario destruyendo el trono de hierro y añadiendo la dosis de dramatismo adecuado a la marcha de Daenerys.
El cambio en Poniente
Daenerys ya no está y bastante ha conseguido Jon no siendo ejecutado de inmediato por Gusano Gris. Además, la serie no juega la carta Targaryen para liberar al hermano de Sansa, Arya y Bran, un temor que sobrevolaba por la mente de muchos espectadores. Él tampoco podía ser el rey si realmente se quería romper la rueda y que todo cambiase. Jon es el sacrificio en vida necesario para que eso suceda y lo asume sin rechistar.
Sin embargo, para que eso suceda primero hay que elegir a un rey y es ahí donde la serie apuesta por una solución equivalente al regreso de Jon a la Guardia de la Noche: nadie estará muy contento pero será aceptado como una opción de consenso. El rey que Poniente necesita para que las cosas cambien. El dueño de las historias del pasado asume la misión de construir las que están por venir. Una solución impecable como concepto que demuestra una vez la inteligencia de Tyrion pese a los muchos errores que ha cometido por el camino hasta ahí.
Poniente ya nunca será la misma que hasta entonces, dando así sentido a que ‘El trono de hierro’ sea el episodio idóneo para poner fin a una aventura que ha durado ocho temporadas y 73 episodios. La independencia del norte nos regala además una escena inolvidable con Sansa convertida en reina. No es de todo Poniente como algunos deseaban pero sí es lo que tiene sentido para el viaje del personaje.
Vuelta a empezar
La despedida de la serie ha tenido ecos del inicio de ‘Juego de Tronos’. El más evidente es que la secuencia final con Jon y la nueva guardia de la noche es una réplica al comienzo del primer episodio. Vuelta a empezar aunque ahora Poniente es muy diferente, como también lo es todo aquellos que hay más allá del destruido muro, incluido Fantasma.
Antes se había ido dando cierre al destino de todos los personajes, desde aquellos fieles consejeros de Bran -buen detalle la pequeña dosis de humor aportada por Bronn- hasta la marcha de Gusano Gris y los suyos a Naath, sin olvidarnos de Brienne despidiéndose de Jaime a su manera o del largo viaje de Arya para conocer lo que hay más allá de lo recogido por los planos de Poniente. Un detalle que pide a gritos un spin-off que seguramente nunca veamos.
En definitiva, ‘El trono de hierro’ no es el mejor capítulo de la serie y tampoco el más emocionante o espectacular, pero sí es un desenlace muy satisfactorio para todo lo que hemos visto con anterioridad. Un cierre coherente que deja con muy buen sabor de boca, y es que estar a la altura de las expectativas que nos hubiéramos creado no iba a ser posible.