Arturo Padilla (Granollers, 1988) fue el ganador de la primera edición del Premio Jordi Sierra i Fabra para jóvenes escritores 2006 con El poder de una decisión, obra elegida entre los siete finalistas previamente seleccionados de entre los setenta y ocho originales procedentes de toda España, y de otros países como Colombia, Ecuador, Nicaragua y Estados Unidos, la mayoría escritos por chicos y chicas de entre quince y dieciséis años de edad, según información facilitada por la editorial.
El poder de una decisión es una trepidante novela realista y de intriga sobre la amistad, el acoso escolar y el racismo.
Para sus antiguos amigos, Sebastián es ahora un ser despreciable, un esquirol, y El Gato y los suyos le hacen la vida imposible. Antes, Sebastián era uno de ellos, pero eso fue hasta una noche en la que ocurrió algo que todos quieren ocultar. Desde entonces sus antiguos amigos, que son cabezas rapadas, le acosan y le hacen la vida imposible para recuperar algo que les incrimina. Hasta aquí el breve resumen de la trama pero decir sólo esto sería sintetizar en exceso, y una primera novela escrita a la edad que tiene su autor (18) merece que le dediquemos más atención.
El título que elige Arturo Padilla es muy sugerente, porque nos adelanta la acción y es contundente. Le acompaña una portada en la que el desafío está presente en los rostros de la ilustración.
Como es de esperar, nuestro autor organiza la novela en capítulos, lo cual le facilita el trabajo porque le permite dosificar la información que va aportando al lector, y le permite, a su vez, cambios de escenario y de tiempo sin muchas complicaciones. Por ejemplo cuando hace algún flash back necesario para ir entendiendo la trama, ya que hay un suceso anterior al momento presente en el que comienza a narrar y que es el origen y el detonante de los conflictos del protagonista.
Los párrafos son cortos, y el estilo sencillo y directo. El hecho de que dé pocos rodeos a las cosas, hará que los lectores y lectoras de la novela que, paradójicamente serán tan jóvenes como su autor, lean El poder de una decisión con mucha facilidad. Arturo Padilla intenta no dejar nada en el aire o sin justificar, y ese exceso de celo no es sino fruto de su inquietud por explicarlo todo
También acierta en el arranque de la novela. Es bien sabido que una buena frase como comienzo dice mucho de quien la escribe. Después, el desarrollo es coherente y la historia sólida. En cuanto a si es creíble, no podemos negarle que es actual. Todos los sucesos son creíbles, no tendríamos más que abrir un periódico para ver reflejada en alguna noticia esta realidad. Quizás lo más sorprendente sea el cambio radical que experimenta Sebastián.
El protagonista pasa de ser un skin, a un defensor de la igualdad y la tolerancia, y la evolución queda un tanto diluida. Aunque, en honor a la verdad, se debe decir que este jovencísimo escritor intenta que su protagonista tenga luces y sombras, y consigue que no sea un personaje plano. Un ejemplo de esto que queremos decir, lo tenemos en la contestación que le da en la página cuarenta y ocho a Ahmed, un marroquí que trabaja en el campo y con el que entabla una amistad como mínimo peculiar.
Ahmed sí es demasiado bueno, es incluso el referente positivo de la novela. No sé si el objetivo de Padilla de Juan es utilizar la literatura como transmisora de valores, pero consigue serlo. El intento de moralizar nivela una balanza ocupada por situaciones tan cotidianas ya, como la discriminación, el acoso escolar o el racismo. Por eso no es sólo valiente el tema que aborda, sino la forma de hacerlo.
Una cuestión que no puedo dejar de señalar es que en esta novela no hay referencias al amor. No hay ni un solo enamoramiento por parte de nadie, es más, no hay ni una chica, ni un beso, ni un encuentro o desencuentro. Y no deja de sorprender en una novela juvenil, esta ausencia de amor romántico. Pero, más aún, no hay personajes femeninos de peso, ninguno, a excepción de breves apariciones de su madre y una referencia muy de pasada a una profesora.
Para el final hemos dejado la cuestión del desenlace. Arturo busca un final impactante, y aquí no se puede dejar de ver cómo pertenece a la generación de la comunicación audiovisual. Es pues un final muy cinematográfico, de película …