Euphoria se ha convertido en una de las series estrellas del verano, una ficción sobre adolescentes con los componente más vitriólicos de su productora: HBO. Su protagonista está interpretada por Zendaya, antigua chica Disney que en los últimos años ha destacado como la extraña novia del adolescente Spiderman, y una funambulista encantadora en El gran showman.
En esta nueva serie cambia totalmente de registro en un retrato cruel de una drogadicta joven y depresiva.El director, productor y guionista de la serie es Sam Levinson, hijo del cineasta Barry Levinson y director hasta ahora de dos películas sin pena ni gloria: Another happy day (2011) y Nación salvaje (2018).
Desde la primera escena procura ser impactante con historias de adolescentes destrozados por adiciones al sexo, las drogas o el alcohol, las enfermedades mentales y un ambiente familiar macabro. La música y los planos subjetivos en los que se difumina la realidad son constantes para reflejar la sensación de desconcierto, soledad y amargura infinita de los jóvenes.
El título hace referencia a ese estado de explosión sensitiva provocada por los efectos de las pastillas legales e ilegales que habitualmente consumen los protagonistas.La serie presume de ser más cruda que ninguna y no resulta fácil superar la perversión de algunos momentos de Juego de tronos, Sex Education, Girls, Master of sex, Transparence o Élite.
No voy a hacer un ranking personal, pero es evidente que hay varias escenas y diálogos de esta serie que claramente buscar superar ese tipo de registros con la utilización del porno adulto, adolescente, infantil y un lenguaje primitivo monotemático.
Lo sorprendente es que buena parte de la crítica haya aplaudido con tanta fascinación un retrato tan repetitivo y decadente. El desarrollo dramático de los personajes es mínimo ya que realmente no hay individuos libres que puedan decidir, sorprender, salirse de la cárcel apocalíptica en la que les han encerrado. Todos son esclavos de sí mismos o de las circunstancias, se utilizan y humillan y, en cuando tienen un poco de margen, culpan a sus progenitores de todas sus desgracias.
Por supuesto los padres merecen ese trato porque su perfil en la serie es tan lamentable y monolítico como el de sus hijos.Esta ficción televisiva incide en una visión nihilista del mundo moderno tan caustica como injusta. Apenas hay pequeñísimos escapes de verdadera ternura, donación, amistad o paternidad.
La humanidad de los personajes queda tan reducida que el interminable golpeo vital a los personajes acaba resultando indiferente. Esta series tan artificial, manipuladora y postiza que muchos espectadores desconectarán como respuesta racional o simplemente digestiva.
Pero habrá otros que quieran un estado de shock a cualquier precio, especialmente adolescentes que estén en unas situaciones similares y busquen sentirse identificados e incluso comprendidos. Ya la evolución de Por trece razones demostró que la utilización del morbo puede ser muy rentable.
Otra cosa es pensar si esta serie, más allá de un dudoso entretenimiento, ayuda a construir algo defendible en la sociedad actual. La juventud no es tan visceral, egocéntrica y terminal como la pintan en Euphoria, pero tengo muy pocas dudas que las series como Euphoria hacen todo lo posible por lograrlo.
Como me decía hace un tiempo un alto directivo de una cadena de televisión: «A mis hijos jamás les dejó ver ese tipo de series, pero son las más vistas, no puedo dejar de hacerlas».