Es muy difícil que Mindhunter deje frío. Quizás no fue la serie más vista en 2017, cuando se estrenó su primera temporada, pero sus seguidores quedamos atrapados por la fuerza de lo que nos contaba. Estamos acostumbrados a ver series que hablen de las víctimas y que, incluso cuando hacen referencia a su búsqueda, prime la prueba tangible sobre la construcción del perfil. La tentación de la acción evidente es demasiado sexy hasta para las producciones que supuestamente trabajan alrededor del estudio del comportamiento. Pero no para Mindhunter. Y eso me gusta.
La segunda temporada es prácticamente redonda. Tiene buen ritmo, evoluciona de una forma muy natural respecto a su arranque y nos muestra cosas nuevas. Partíamos de haber visto los efectos del proceso de investigación sobre Ford. El ego que había en él creció y le sirvió de escudo durante un tiempo, pero vimos cómo un simple abrazo acababa con él. Parecía que su fragilidad iba a ser uno de los pilares centrales y, de hecho, la temporada empezaba con él y con sus compañeros en guardia para prestarle atención. Pero recuperando las miguitas dejadas sobre el agente Tench se han podido abrir dos melones de lo más interesantes.
A cada temporada, un protagonista sobre los demás
El primero de los melones es claro, cómo afecta la presión de un trabajo como este sobre el entorno familiar. Pese a que hemos seguido el rastro a los tres protagonistas, probablemente sea de los Tench de los que hemos visto más y sobre todo de una forma más completa (así como en la primera ocurrió con Ford). Se trata de convivir con la ausencia de un miembro de la familia durante largos periodos, pero también de la necesidad de encontrar a su regreso la imagen perfecta que necesita para reconstruirse. De cualquiera de las maneras es cansado y reclama un esfuerzo enorme de todos los miembros de familia, pero es aún peor cuando se trata de su caso específico.
Sin duda, sobre el hijo del agente Tench recaen varias de las grandes preguntas. ¿Un asesino en serie nace o se hace? ¿Existe una forma de detectarlo desde la infancia? Y lo que es incluso más útil, ¿se puede detener un comportamiento como el de Berkowitz? La discusión se explicita en varias ocasiones fuera de la casa de Tench. En el retiro de jefes del FBI se afirma que los adultos con comportamientos así vienen de un trato infantil condicionado y que apunta maneras. Bien, pero y cuando no es así, ¿cómo evitar al destino? ¿Acaso vivimos en un drama griego en el que no podemos huir de nuestro sino?
Es muy interesante el cambio de foco respecto a la primera temporada. Quién sabe si será la tercera aquella en la que se traten con profundidad las dificultades en las que se encuentra la doctora Carr por ser mujer y además lesbiana. Sería una oportunidad muy interesante de hacer crecer una serie eminentemente masculina. Además, darle a cada uno especial protagonismo en una temporada completa nos permite ir más allá del titular, pero además hace que los arcos personales no resulten pesados. Sin duda, uno de los grandes aciertos.
Evolución del tono general
Suena previsible pensar que el FBI quisiera resultados noticiables a corto plazo. La doctora Wendy Carr está acostumbrada a contar con unos tiempos que no son concebibles fuera del mundo académico. Hasta la creación del departamento de análisis de la conducta, el FBI estaba acostumbrado a resolver crímenes ya cometidos, desde ese punto parten y para esa finalidad trabajan. El pensamiento científico reclama un proceso más pausado y complejo que se ponga a prueba antes de aplicarse. Pero no es lo que se pueden permitir en este caso.
De ahí que el salto al terreno con grandes casos sea lógico. Se ha invertido dinero para algo cuyos resultados se quieren ver ya. En ese contexto, no se puede tener a las dos cabezas visibles encerradas entrevistando eternamente; para replicar los modelos ya probados están los ayudantes, se puede formar a otros. Tench y Ford tienen que estar en la siguiente casilla.
Ya nos habían avisado, esta temporada iba a tener un cambio de tono, pero haber encontrado una evolución así es sorprendente, fresca y consigue atrapar completamente. Veníamos preparados para más casos. Se nos habían dado grandes nombres y de hecho ya sabíamos que Atlanta tendría un gran protagonismo. Pero no tanto. Y ha sido maravilloso.
Cuando uno vuelve a recuperar el hilo de la historia con el primer episodio se encuentra a Kemper; regresan sobre Berkowitz y cómo el asesino del calibre 44 utilizó a la prensa para construir la narrativa que él quería. Se añade un componente de lo más interesante que luego tendrá importancia. Entonces llega William Pierce como aperitivo a Manson. Bill Tench suelta nuestro mismo gritito de emoción al verlo. Pero acaba siendo casi un trilero con demasiada labia y poco fondo.
Y es que el regreso de Mindhunter no ha venido a seguir con lo mismo. Ya hemos entendido cómo se realizaban las entrevistas y para qué. Ahora nos toca aprender qué viene después. Porque de lo que va esta nueva temporada esdel asesino de Atlanta pero, sobre todo, de la dificultad para introducir innovaciones en un sistema sin ninguna flexibilidad.
Los cambios son lentos y difíciles
Introducir formas completamente distintas de trabajar en un entorno ortopédico es complicado. Y eso lo hemos visto con Ford fallando repetidamente, porque su trabajo tiene una forma de construirse a medida que la situación evoluciona que choca frontalmente con las formas de operar del FBI. Casi parece Astérix en busca del formulario A38. Hace todo lo que está en su mano y aún así no lo logra.
Tench va siempre tarde; el FBI no trabaja cooperativamente con el equipo ciudadano de soporte de Atlanta; sus jefes no hacen más que reclamar que vendan humo y encima todos esos protocolos hacen que sea imposible experimentar. De hecho, al hablar de tender una trampa al asesino se llega a decir “me suena a improvisación, no a trabajo policial”.
Y es que así son vistos por gran parte de sus compañeros. Juegan con especulaciones adaptando sus teorías sobre lo que encuentran. Jim Barney en el puente llega a preguntar qué hubiera sucedido si hubieran parado a un blanco. De hecho han comprobado que la relación de la raza de asesino-víctima, pese a que suele ser condicionante, no tiene por qué ser siempre el factor dominante. Kemper avisa, “todo lo que sabéis de los asesinos en serie viene de los que habéis atrapado”.
Ni siquiera Ford puede estar del todo seguro de que lo que sabe sea correcto. Aún se mueven en un terreno cercano a la fe.
Un cierre agridulce
Ese juego con la esperanza de que lo que hacen sea lo correcto es terrorífico y narrativamente inteligente. Sobre el asesino de Atlanta sigue merodeando la duda. Con la detención de Wayne Williams cesaron las muertes, lo que hace pensar que fuera el culpable, pero únicamente se le condenó por dos de las víctimas y el caso se reabrió el pasado marzo, esperando que la evolución de las pruebas forenses permita hallar una respuesta indiscutible en la actualidad.
Aún hoy no podemos asegurar que los 28 cuerpos fueran asesinados por Williams. Y entonces volvemos a ser Ford, dudando al subirse al jet cuando le dicen que dan el tema por zanjado. Todos esperamos que las teorías de su equipo lleven a la verdad, pero necesitamos comprobarlo porque la alternativa supone que, encontrado un hombre negro cuyo perfil sea verosímil, nos hemos dado por satisfechos con el camino fácil y no hemos querido seguir indagando.
Han triunfado. Los han recompensado yéndoles a recoger en un avión privado. Como a las estrellas. Pero ni Holden Ford ni nosotros podemos asegurar que se hayan ganado ese premio.
Es inquietante, maravilloso y da pie para que Mindhunter no se quede sólo en la pantalla y ocupe nuestras conversaciones y obsesiones. Ya la viste? Deja tus comentarios y comparte esta nota en redes sociales.