Excluyendo a esas personas que comen patatas fritas y hurgan en la bolsa a todo volumen, la nostalgia y los pedestales son los peores acompañantes con los que podemos entrar en una sala de cine a ver una película. No sólo son difíciles de ignorar; también pueden condicionar la experiencia del visionado, enturbiando las sensaciones frente a un largometraje al traer a la palestra unas comparaciones que, además de odiosas, son innecesarias.
En mi caso particular, ‘Spider-Man: Homecoming’ se vio, en parte, perjudicada por la alargada sombra de la fantástica ‘Spider-Man 2’ —2004—, y por las promesas que apuntaban a la aventura definitiva del Hombre Araña. Aunque, más allá de esto, y pese a sus virtudes, Marvel desperdició su oportunidad de oro para devolver la gloria perdida al bueno de Peter Parker por defectos propios como su incapacidad para liberarse del Universo Compartido en el que se ambienta.
Teniendo esto en consideración, mis expectativas frente a ‘Lejos de casa’no eran demasiado altas, resignándome a esperar, tan sólo, un divertimento efímero que sirviese de anticlimax a ‘Endgame’ y allanase el terreno para una hipotética «Fase 4». Iluso de mi, porque Jon Watts, repitiendo en la dirección, nos ha brindado al fin una deliciosa epopeya arácnida, que mira cara a cara al clásico de Sam Raimi y nos invita a dejar atrás todo tipo de añoranzas para reverenciar a la nueva carne del spiderverso.
Mi nombre es Parker. Peter Parker.
Uno de los mayores aciertos de ‘Homecoming’ radicó en su agradable y ligerísima apuesta tonal, y en el modo en que abrazaba sin ningún tipo de pudor a sus referentes, centrados en los legendarios filmes de instituto de John Hughes. Partiendo de esta base, ‘Lejos de casa’ ofrece un cóctel bien distinto que, manteniendo una pequeña parte del carácter marca de la casa Hughes, no duda en apostar plenamente por la comedia romántica adolescente, salpimentada por un extra de humor que funciona a las mil maravillas.
Pero la gran clave referencial sobre la que se edifica lo último de Watts dista mucho de lo visto en su predecesora, estando, sorprendentemente, fuertemente influenciada por las andanzas cinematográficas de James Bond. Esto queda reflejado sobre las dimensiones internacionales que adquiere el libreto, que desenvuelve su trama a través de diferentes localizaciones del continente europeo mientras enlaza set-pieces espectaculares con un tempo que brilla por igual en los momentos dominados por la acción como en los dedicados a sus protagonistas.
Pero esta herencia bondiana tenía que tener un reverso no tan positivo, y este se encuentra localizado en el villano de la función. En esta ocasión, alejándonos de la tónica general en los filmes de superhéroes, el Mysterio de un Jake Gyllenhaal tan entregado, intenso y carismático como de costumbre está construido con el suficiente cuidado como para no desentonar; pero es en el modo en que se revelan sus motivaciones —en una escena de exposición oral perezosa, y puede que autoconsciente, propia de un enemigo de 007— donde el guión muestra unas imperfecciones camufladas de un modo más eficiente durante el resto del metraje.
Resulta especialmente refrescante que ‘Spider-Man: Lejos de casa’ satisfaga más cuando los trajes de spandex abren paso a los vaqueros y las camisetas, y las telas de araña y las explosiones dejan de volar por todas partes. Es en los momentos en los que la cinta se entrega plenamente a desarrollar a sus personajes cuando logra atrapar y entra en estado de gracia, y esto es gracias a unos secundarios que complementan a las mil maravillas al Spidey de Tom Holland.
Desde tronchantes alivios cómicos como los profesores que acompañan a Pete y sus compañeros por el viejo continente, hasta principales como Happy, May o la encantadora MJ de Zendaya —fantástica, y compartiendo una gran química con Holland—; todos y cada uno de ellos están al servicio de hacer progresar este coming-of-age, en el que el actor británico se reafirma como un Hombre Araña perfecto; héroe y humano a partes iguales, y con el que es imposible no identificarse.
Después de un par de divertidísimas horas, que han pasado volando como si de un hombre propulsado por telarañas en una avenida neoyorquina se tratasen y, particularmente, tras una escena post-créditos que marca un enorme punto de inflexión para el trepamuros, no puedo hacer más que caer rendido ante una ‘Lejos de casa’ que ha conseguido emocionarme, hacerme reír y aplaudir y, lo más importante, soñar con que, algún día, tal vez pueda trepar un rascacielos con mis propias manos y poder ver el mundo desde otra perspectiva.
Después de todo, esto último es lo que hace especiales a las historias de superhéroes.